Fernando
Murillo Flores
Querida Sofía:
Decidí
empezar este año escribiéndote unas líneas… Sí sé que a veces soy aburrido y
siempre me dices “ay papi…”, pero allí voy de nuevo hija mía.
Discernir, hija, es – según
la RAE – “Distinguir algo de
otra cosa, señalando la diferencia
que hay entre ellas.” y Elegir
es “Escoger o preferir a alguien o algo para un fin.”
Me acuerdo que varias
veces te llevé a esos juegos que hay en los parques, entre los que te gustaban
los rodaderos, yo te ayudaba a subir por las escaleras e iba corriendo al otro
extremo para ver como rodabas y esperarte al final del rodadero una y otra vez,
hasta que aparecía algún padre desorbitado que incentivaba a su pobre hijo (a)
a subir por el rodadero en sentido contrario. Que irresponsable, ¿no?
Ese niño, hijo de esos
padres desorbitados, luego será el adolescente infractor, pues no se le enseñó
– mediante el juego – a discernir entre un objeto que sirve para descender y otro
que sirve para ascender, ni elegir el objeto que le permita ascender y buscará
hacerlo con cualquier objeto y… como sea. Luego no nos sorprendamos cuando ese
menor aparezca muerto al fondo de un acantilado, por no discernir – a tiempo –
lo que es bueno y lo que es malo y distinguir entre lo uno y lo otro, aunque lo
más sorprendente es cuando nos empecinamos en buscar culpables y no
responsables de ese lamentable hecho.
Los padres educan, los
colegios y universidades instruyen. Uno puede tener una pésima educación y ser
un buen profesional (que la sociedad tiemble de miedo); uno puede tener una
excelente educación y ser un mal profesional (que la sociedad llore); lejos que
yo prefiera lo segundo a lo primero, aunque los dos extremos son malos, ninguno
es ideal para una sociedad que aspira a desarrollarse en paz, hija mía.
El comportamiento
ético se siembra y cultiva en la familia, será la sociedad quien la coseche, pues
en ella se practica. Sofía, tengo un recuerdo muy intenso en mí, casi como el
de la fuerza, una frase que me dijo un maestro en el Colegio “Los padres
quieren tanto a sus hijos que los quieren mal” cuanto de razón tenía y tiene
aún.
Ethan Couchen, hija,
tenía 16 años cuando atropelló a cuatro personas y las mató a todas juntas, al
conducir un vehículo en estado de ebriedad, luego de robar cerveza, dice la
prensa que se libró de ingresar a la cárcel (20 años) porque sus abogados
alegaron “(…) que padecía de
“affluenza”, lo que aparentemente le impide distinguir el bien del mal por la
excesiva protección de sus padres y la riqueza de la que siempre había
disfrutado.” vaya, vaya, vaya (cualquier
coincidencia con la realidad es pura casualidad.)
(http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/30/estados_unidos/1451500784_467943.html)
Pero cuando este
muchacho venía cumpliendo su condena condicional en libertad (10 años),
incurrió en falta y quebró dichas condiciones – volvió a emborracharse –, lo
que además se supo por las redes lo que hizo que las autoridades debían
capturarlo y ponerlo en prisión; fue allí cuando su madre le ayudó a huir a
México, donde actualmente espera ser extraditado, si acaso no lo ha sido ya; la
madre ya fue entregada a las autoridades estadounidenses y de seguro la
condenan. Es decir, además de causar en su hijo una razón para huir de la
cárcel (affluenza), le ayudó a escapar de la justicia volviéndose en su
cómplice. Ves hija, los padres quieren tanto a sus hijos que los quieren mal.
Según refiere Fernando
Carvallo Rey, a su hermano, el gran educador Constantino Carvallo Rey cuando se
acercaba a los 50 años “Una pregunta lo
obsesionaba y buscó responderla apoyándose en las páginas de todos los libros
posibles, desde Aristóteles, Agustín, Mointaigne y Rousseau hasta Rawls,
Amartya Sen y Sloterdijk: ¿se puede orientar hacia el bien a alguien que no ha
adquirido en la infancia el zócalo afectivo de la brújula moral? ¿Puede ser
neutralizada la realidad desconcertante del mal que se apodera de un alma
herida? ¿Está implacablemente predeterminado el destino de niños que han sido
abandonados, humillados y privados de reconocimiento desde sus primeros pasos
sobre la tierra? Atroz desafío, como señala Kipling: “Cuéntame los primeros
seis años de tu vida y yo te diré el resto”” (Carvallo Rey. Constantino.
“Séptima Luna. Encantamientos de cine y literatura”. Aguilar, 2011. P. 21).
Bueno hija, en blanco y
negro, estamos en problemas… por un lado están esos niños que no fueron
educados, que no fueron amados, que no tuvieron tiempo para jugar y mucho menos
aprender mediante el juego, que no tuvieron alimento… en fin los que sólo
fueron procreados, estos sin duda terminan en el lado oscuro de la fuerza
(léase sicarios) y, por el otro – Dios nos coja confesados – sencillamente
educados a mano abierta, en familias en las que el dinero suple la falta de
tiempo, de cariño, de atención y amor; familias en las que todo está
justificado, en las que se enseña que todo se arregla con dinero y que con el
dinero todo, absolutamente todo, es posible. Lo peor de todo es que esto
terminará victimizando a los mimados y alegaran que ello no les permite
distinguir entre el bien y el mal y elegir el bien.
Sofía, tienes once
años, aún eres una niña, los tiempos están complicados, sólo concéntrate en tu
familia, asume que nunca podrás desvincularte de ella y que ella se debe a ti;
tus hermanos son en realidad un ejemplo a seguir – a Dios gracias – mira que Javier
es todo un abogado especialista en propiedad intelectual y escribe mucho sobre
ella, este año – lo sabes – se irá becado a España por tres meses a investigar
y luego un año a estudiar su maestría a la Universidad Autónoma de Madrid;
Franco está haciendo su sexto año de medicina, mira que el año pasado se fue a
la histórica ciudad de Boston en Estados Unidos a presentar un trabajo de
investigación con su grupo, en un congreso de Diabetes, y este año se nos va a
Islandia en un intercambio universitario a un país emblemático para el
constitucionalismo mundial. Tu familia te enseño, a Dios gracias fue posible, a
discernir y elegir, sólo tienes que hacerlo a lo largo de tu vida que sabes es
una sola. Ah… y el otro día me dijiste – por teléfono – ya soy una mujer… Ay
hija lo fuiste desde que naciste, lo eres y lo seguirás siendo, gracias por
decirme que pasaste de nivel en la natación, en verdad eres mi Sirenita. Carpe
Diem Sofía mía.
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