domingo, 4 de noviembre de 2018

Los caballos de Calígula o los potros de bárbaros atilas



Fernando Murillo Flores

La historia constitucional del Perú nos informa que los conservadores se adscribían a la figura presidencial y los liberales a la del parlamento. El presidencialismo era visto como una continuidad del régimen virreinal, en tanto que el parlamentarismo como una negación de aquél. Ello fue reflejo de la Francia post revolucionaria (1789) y el receló por el renacimiento de la monarquía en un Presidente, en ese escenario surgió la figura de una asamblea fuerte donde la ley era el centro de todo, según Fioravanti: el legicentrismo.

Actualmente estamos lejos de identificar al presidente con una tendencia conservadora y al parlamento con una liberal, luego de nuestra independencia, el nacimiento de la república y la definición de su forma de gobierno, las figuras del ejecutivo y el legislativo empezaron a interactuar pero no siempre con un resultado óptimo. 

Igual de distante  está aún el Perú de poder identificar y moverse políticamente entre esas dos tendencias en la modernidad, en función de partidos políticos que las enarbolen, respecto al cambio o la conservación de la realidad (statu quo), entre otras razones porque nuestro sistema electoral y de representación no está pensado en lograr – lo que parece ideal para una democracia – un bipartidismo. Hoy el Perú no solo tiene una pluralidad de movimientos políticos a nivel nacional, sino una amplia gama de movimientos regionales y locales, en los que es difícil advertir su tendencia en términos políticos. Todo un escenario de outsiders.

A casi doscientos años de nuestra independencia, el balance constitucional nos informa también que nuestra país no es íntegramente presidencialista ni parlamentarista, aunque es una verdad que quien no gobierna el parlamento no puede gobernar con tranquilidad ni sobre saltos. Pero nuestras elecciones recientes nos dan cuenta que en primera vuelta elegimos y conformamos el parlamento y, en segunda vuelta, definimos al Presidente, el resultado nunca fue bueno. Ciertamente, algunas veces la mayoría en el parlamento no fue tan absoluta y contraria al Presidente, dando un margen de negociación y alianzas de gobernabilidad pero muy débiles.

Con un sistema así, en el Perú se eligió en 1990 un parlamento adverso al Presidente recién electo en segunda vuelta, lo que concluyó con la interrupción de la democracia, y lo mismo sucedió en la elección del presidente el 2016, luego de haber conformado un parlamento igual de adverso con una mayoría absoluta, lo que terminó en la renuncia del Presidente.

La única forma de evitar eso es establecer una renovación del parlamento, para así frenar ímpetus irracionales de una mayoría parlamentaria (como la actual), y brindar al presidente un parlamento menos adverso, luego de su renovación parcial. Mientras elijamos un parlamento con mayoría absoluta y por un plazo de cinco años, sin posibilidad de recambio o renovación parcial, el Presidente estará sometido a una mayoría que no le permita gobernar, lindando en lo obstruccionista, es más, como dice Giovanni Sartori, con sistemas electorales como el que tenemos para el parlamento, cualquiera es elegido representante, es decir, llegan al parlamento caballos como el de Calígula o, pensando en peruano, los potros de bárbaros atilas.

Al respecto es bueno mirar a los Estados Unidos de América, que el próximo 6 de noviembre tendrá elecciones para renovar a sus 435 representantes (cámara de diputados) y 35 de los 100 senadores; el resultado de estas elecciones puede arrojar en ambas cámaras un predominio de los demócratas, y si ello es así, el presidente – que es republicano – se verá enfrentado a un legislativo demócrata, luego de casi dos años de gobierno con cámaras republicanas, las que incluso le han permitido – a través del senado – lograr una mayoría de la tendencia conservadora en la Suprema Corte.

Una mayoría absoluta en el parlamento, elegida por cinco años, sin posibilidad de renovación, se tornará siempre en autoritaria y prepotente, más si ella se guía por consignas, antes que ideas o planteamientos políticos en función del país, desde el rol del parlamento. Lo más deplorable del ocaso de una mayoría así establecida, como está sucediendo, es que el común de las personas no distingue el fracaso político de esa mayoría, de la institución del Congreso y la necesidad de su existencia. Se reniega de la calidad de representación y es el Congreso el que paga la factura. ¿Algún día distinguiremos la paja del trigo?

La historia reciente nos permite afirmar que el auto golpe de Estado del 5 de abril de 1992, fue producto – en parte – de la hegemonía de fuerzas políticas en el parlamento, entonces de dos cámaras, adversas al entonces presidente. Asimismo la renuncia del presidente  anterior al actual se debió a la misma razón, aunque con un ingrediente especial e inédito, determinado por la ausencia de aceptación democrática de haber perdido las elecciones y de una mayoría más que absoluta de parlamentarios de un determinado movimiento político que dista mucho de ser un partido político.

No creo que sea bueno establecer que no sea posible la reelección de congresistas. Creo que lo que debe lograrse es – como dice Sartori – un sistema electoral de castigos e incentivos; castigar a quien nos represente mal, e incentivar – con la reelección – a quien nos represente bien, todo ello en un sistema de renovación de los congresistas. Así, incluso, generaríamos una buena clase política, incentivándola o castigándola. Sin embargo, hemos acordado que el pueblo mediante el referéndum decida establecer la no reelección de los congresistas, el resultado será, creo que no cabe duda, el no a la reelección y ello se basará en el mal comportamiento de la representación y como reacción al desprestigio de los congresistas (no del Congreso), antes que a razones técnicas, como la de lograr una renovación de congresistas en pro de un equilibrio de poderes. Es más visceral decir “cierra el congreso” que decir  “den al pueblo la posibilidad de castigar en incentivar a los congresistas”

Si el pueblo vota en el referéndum por la no reelección y, además, por la bicameralidad, lo único que lograremos es tener permanentemente nuevos diputados y senadores por cinco años y no sólo desincentivar la existencia de una clase política, sino que ante el horizonte de trabajo por cinco años, los elegidos tomen todo lo que puedan en función de su interés personal.

Hemos tomado mal camino. Deberíamos haber logrado tener dos cámaras en el Congreso y establecer su renovación periódica para ir realmente a un equilibrio de poderes, incentivando la existencia de una representación responsable; en lugar de ello estamos ad portas de tener dos cámaras sin posibilidad de renovación de las mismas y con una representación electa por cinco años. Estamos actuando en función del mal comportamiento de los caballos de bárbaros atilas, en lugar de pensar en la modernización del Congreso y la renovación de la representación para desde allí incentivar un buen comportamiento de la representación.

Una vez más perdemos la oportunidad de tener un congreso de prestigio y eficiente, de pretender una representación al pendiente de la confianza del pueble. Así planteadas las cosas creo que es mejor decir no a la existencia de dos cámaras, sí a la reelección de congresistas y esperar que alguien se ilumine e impulse la renovación del congreso a la mitad del mandato de 5 años y hacer algo para que el cronograma electoral de elección de congresistas no coincida con el del Presidente, pero eso es mucho soñar.

Creo – y acepta mis disculpas Vallejo nuestro – que las reformas constitucionales comentadas serán una vez más “las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

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