Javier André Murillo Chávez*
Los
romanos, quienes forjaron los cimientos históricos del Derecho occidental, desarrollaron
y recopilaron reglas muy avanzadas para su tiempo; entre estas, tenemos una en el
Título I del Libro I de las Institutas de Justiniano que dice: Si quis in aliena tabula pinxerit, tabulam
picturae cedere (Si alguno ha pintado en tabla de otro, la tabla cede a la
pintura). Claramente, para esta gran civilización una obra de arte era mucho
más importante que una ridícula tabla cualquiera y el artista se hacía del
sustrato material al pagar el precio de esta tabla a su propietario a modo de
resarcimiento por usar material ajeno.
Nuestra
Ley de Derecho de Autor prescribe que los derechos de autor son independientes
de la propiedad del objeto material en el cual está incorporada la obra; esta
prescripción legal es algo que le cuesta mucho entender a la Sociedad y, al
parecer, a alguna de nuestras autoridades. Cada pared pintada deja de ser una
ridícula pared y se convierte en un mural; un mural contiene una obra artística
urbana que esta tutelada por las normas jurídicas. El Arte es lo más importante,
sea el que sea el objeto en el que está plasmada. Es la obra artística –que puede
estar plasmada en diversos formatos: un lienzo, una tabla, una pared, una
servilleta u otro– lo que es valorado por las personas y lo que será recordado,
al fin y al cabo, a lo largo de la historia.
La
campaña de la Municipalidad Metropolitana de Lima en contra de los murales del
centro histórico de la ciudad es una muestra de la intolerancia y el abuso del
poder sin límite; además de ser un atropello intenso a los derechos de los
diversos artistas gráficos urbanos por parte de la despreciable persona que
está a cargo de esta comuna. Poco a poco han comenzado a pintar los diversos
murales que alegran con sus colores las frías paredes del Centro; esto se ha
hecho sin solicitar autorización ni guardar registro de las obras que
representan a los artistas que las han creado.
Los
murales registrados en las paredes exteriores de algunos inmuebles de nuestra
Lima “la gris” son, por ahora, Arte contemporáneo, que quizás muchos no
valoren. Sin embargo, de aquí unos años serán apreciadas así como nosotros
valoramos en nuestros tiempos la Catedral de Lima o el Qoricancha cuzqueño; no
debemos perder de vista que el tiempo es en parte aquello que define lo que
pasa a ser la historia de un pueblo y su cultura. Se imagina querido lector que
hubiese pasado si el Virrey siguiente al que gobernó Lima en la construcción
del propio Centro hubiera mandado derrumbar todo porque le parecía “fuera de
contexto” (¿?); me parece que la UNESCO, si esta hubiese sido la realidad, habría
tenido que declarar Patrimonio Cultural de la Humanidad únicamente a unas
ruinas desechas en el Centro.
Una
ciudad es vida cotidiana, es arte urbano, es gente en las calles, es el día a
día de los ciudadanos que la habitan; el crecimiento e historia de ese espacio
se hace a cada día que pasa y es algo que un Alcalde no puede, ni podrá,
detener. Se ha señalado que el Reglamento de la Administración del Centro
Histórico de Lima (Ordenanza N° 062-1994-MML) y la declaración de la UNESCO del
centro de Lima como Patrimonio Cultural de la Humanidad son el motivo de esta altanera
decisión; sin embargo, queda demostrado que es una cuestión de política
caprichosa con mala argumentación legal que termina cayendo fácilmente porque
tanto Quito, Valparaíso y Cartagena de Indias tienen la misma condición legal y
promueven y preservan las obras urbanas de sus calles. Igualmente, Sao Paulo y
La Paz cuentan con murales que alegran las calles donde viven nuestros hermanos
sudamericanos sin problema alguno.
Las
paredes de inmuebles son objetos materiales, muchas de ellas en claro
deterioro, donde se han plasmado las creaciones artísticas de muchos artistas como
Elliot Túpac, el Decertor, el Guache, JADE, entre otros; sin sus obras, estas
paredes no valen más que lo que cuesta el concreto, ladrillo o adobe del que
están hechas. Hay más de veinte murales que están siendo y serán pintados, si
se sigue con esta absurda medida, con el color amarillo del partido político
del asesino del arte en una empecinada tarea por aplicar su dictatorial capricho.
Como leí en medio de esta coyuntura, la cultura está de luto en Lima, en la
capital del Perú.
Es
inconcebible que no se entienda que un mural pintado en las paredes de una
capital sudamericana es una muestra del arte local que brinda valor agregado
turístico a la misma; las pinturas –como obras protegidas– dan muestra de esta
función y utilidad de la Propiedad Intelectual: dación de un valor agregado adicional
a una ciudad histórica como lo es la Lima fundada por Pizarro, introduciendo
trazos armónicos de modernidad del Siglo XXI. Es indignante esta campaña, siendo
sólo equiparable a la quema de libros del III Reich en Alemania o el veto de
libros por la Santa Inquisición. Como ha señalado Marco Sifuentes, el Alcalde
Castañeda con estos actos “nos está robando algo que nadie antes nos había
robado: el color. Bienvenidos a la Lima del siglo XXI: histérica, amarilla,
gris”.
*
Abogado por la Pontificia Universidad Católica en el Perú (PUCP), especialista
en Derecho de la Propiedad Intelectual y de la Competencia. Profesor Adjunto de
los cursos Derechos de Autor y Derecho de la Competencia 2 en la Facultad de
Derecho PUCP. Ex-Director de la Comisión
de Publicaciones de la Asociación Civil Foro Académico.
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